MIS
MARATONES
A
partir de mi quinto o sexto maratón, al comienzo del mismo me planteaba su
recorrido como el camino de una vida en el que la línea de salida era el
momento en que uno es consciente de su vida y la meta es el momento en que uno
pasa a otro lado. Entre uno y otro momento se sucedían las escenas y vivencias
experimentadas. Era una forma de llenarme de ánimos y fuerzas necesarias para
comenzar la prueba, continuar en ella e intentar llegar a la meta.
El
comienzo era muy alegre, distendido. Más de diez mil corredores esperando
expectantes en la línea de salida mientras ejercitaban los músculos de sus
piernas en un baile deportivo que les tonificaba.
La
señal de la salida hace que todos nos pongamos en movimiento hacia adelante,
trotando al principio - la masa humana no permite más -, corriendo cómodamente
después a la vez que se habla con algún compañero o se canta. Aún no hay
fatiga, las energías están intactas, solo hay mucha ilusión.
Después
de recorridos veintitantos kilómetros las cosas cambian. Los participantes
corremos con normalidad pero no con la misma comodidad que al principio, ya no
se habla. La energía que hay en la mochila ya no es la misma que en los
primeros kilómetros: el que gastó mucha al principio lo sufre ya, está más
fatigado, la ilusión ha disminuido; quien supo guardar fuerza la conserva y
corre más cómodo, sabiendo que tiene que distribuir adecuadamente los esfuerzos
para llegar al kilómetro cuarenta y dos con ciento noventa y cinco metros. Los
corredores ya no corren tan agrupados, sino que están más dispersos, cada uno
está a lo suyo pero aún se sostienen en pie, corriendo, bastante bien.
Cuando
ya se ha pasado el kilómetro treinta ó treinta y dos, más o menos, vuelve a
producirse otro cambio. Además de hacerse la carrera solitaria - aun corriendo
junto a otros corredores -, pues cada atleta está centrado interiormente en sí
mismo, en el dolor de sus piernas, en la tirantez de un músculo, en la sed, ya
se cuenta cada kilómetro que se completa: el kilómetro treinta y dos se acaba
de pasar, se mira hacia adelante a ver si hay cuestas y, si la hay, a ver si no
es prolongada y llega una bajada, se sueña con ver el cartel del kilómetro
treinta y tres...
En
el kilómetro treinta y ocho, uno o dos menos quizás también, el cansancio, la
debilidad y las molestias, dolores son tan intensos que dejan verse en la
actitud de los corredores. Los mejor entrenados y que han sabido correr con la
cabeza dosificando sus energías y esfuerzos continúan su recorrido con
comodidad. Pero los que no midieron bien sus esfuerzos se les ve muy
machacados, algunos continúan casi arrastrándose, otros siguen corriendo un
rato, se paran otro rato, descansan, vuelven a correr...
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