viernes, 20 de octubre de 2017

Mis maratones


MIS MARATONES

A partir de mi quinto o sexto maratón, al comienzo del mismo me planteaba su recorrido como el camino de una vida en el que la línea de salida era el momento en que uno es consciente de su vida y la meta es el momento en que uno pasa a otro lado. Entre uno y otro momento se sucedían las escenas y vivencias experimentadas. Era una forma de llenarme de ánimos y fuerzas necesarias para comenzar la prueba, continuar en ella e intentar llegar a la meta.

El comienzo era muy alegre, distendido. Más de diez mil corredores esperando expectantes en la línea de salida mientras ejercitaban los músculos de sus piernas en un baile deportivo que les tonificaba.

La señal de la salida hace que todos nos pongamos en movimiento hacia adelante, trotando al principio - la masa humana no permite más -, corriendo cómodamente después a la vez que se habla con algún compañero o se canta. Aún no hay fatiga, las energías están intactas, solo hay mucha ilusión.

Después de recorridos veintitantos kilómetros las cosas cambian. Los participantes corremos con normalidad pero no con la misma comodidad que al principio, ya no se habla. La energía que hay en la mochila ya no es la misma que en los primeros kilómetros: el que gastó mucha al principio lo sufre ya, está más fatigado, la ilusión ha disminuido; quien supo guardar fuerza la conserva y corre más cómodo, sabiendo que tiene que distribuir adecuadamente los esfuerzos para llegar al kilómetro cuarenta y dos con ciento noventa y cinco metros. Los corredores ya no corren tan agrupados, sino que están más dispersos, cada uno está a lo suyo pero aún se sostienen en pie, corriendo, bastante bien.

Cuando ya se ha pasado el kilómetro treinta ó treinta y dos, más o menos, vuelve a producirse otro cambio. Además de hacerse la carrera solitaria - aun corriendo junto a otros corredores -, pues cada atleta está centrado interiormente en sí mismo, en el dolor de sus piernas, en la tirantez de un músculo, en la sed, ya se cuenta cada kilómetro que se completa: el kilómetro treinta y dos se acaba de pasar, se mira hacia adelante a ver si hay cuestas y, si la hay, a ver si no es prolongada y llega una bajada, se sueña con ver el cartel del kilómetro treinta y tres...

En el kilómetro treinta y ocho, uno o dos menos quizás también, el cansancio, la debilidad y las molestias, dolores son tan intensos que dejan verse en la actitud de los corredores. Los mejor entrenados y que han sabido correr con la cabeza dosificando sus energías y esfuerzos continúan su recorrido con comodidad. Pero los que no midieron bien sus esfuerzos se les ve muy machacados, algunos continúan casi arrastrándose, otros siguen corriendo un rato, se paran otro rato, descansan, vuelven a correr...

 

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